Adiós, Robinson es un juego y como tal, tiene una premisa simple: Robinson y Viernes, los protagonistas de Robinson Crusoe, regresan, en nuestro tiempo, a la isla de Juan Fernández donde se conocieron. Una suerte de mito de re-descubrimiento.
Escrita para ser oída y diseñada para llegar a las multitudes, esta es la única pieza radiofónica en toda la obra de Cortázar. Un radioteatro –reliquia del pasado como las pandemias– que también regresa a nuestro tiempo para provocar la imaginación en las islas de nuestra cuarentena.
Sus protagonistas descubrirán que todo ha cambiado y todo sigue igual, como radioteatro en computadora. O así parece.
Desde el arca de Noé a los viajes de Odiseo, pasando por La Tempestad de Shakespeare y el marciano de Matt Damon, hay pocos espacios y sucesos que estimulen tanto la imaginación como la isla y el naufragio. Córtazar ubica su obra en este género pero formula un juego diferente. A la piedra basal del imperialismo colonial, la tensión entre el explorador heroico (civilizador y cristiano) vs. el noble salvaje (ignorante pero bueno), le da un giro existencial y propone una suerte de revancha de lxs de abajo.
Robinson continúa siendo un náufrago, ahora en las limitaciones de su conciencia. La isla es la geografía de su soledad, de su incapacidad de ver, sentir, entender al otrx. Él es el “salvador blanco” que acude al auxilio donde no lo llamaron, para (sin admitirlo) reparar el daño que el mismo ha causado y colonizar hasta el mismo dolor de sus víctimas, erigiéndose en protagonista de su propia farsa.
La isla de Viernes es el paisaje de la marginalidad, de la periferia. De lxs que “no son seres humanos, sino recursos humanos,” como decía Galeano. De lxs “siempre sospechosos de todo,” como decía Roque Dalton. El espacio de dignidad radical de lxs dueños de nada. Lxs que viven, de a diez por cuarto, en miles de pequeñas reservaciones urbanas. Los Juan Fernández, las María Pueblo, lxs seres anónimxs que no escriben ni protagonizan grandes mitos pero dan batalla contra el desamparo, la desnutrición, la desinformación, el abuso policial y educativo, en miles de pequeñas epopeyas cotidianas.
Cortázar nos invita a pensar si estxs se reirán último. Si lxs “Fernandez” aún tienen lo que nunca perdieron: la constante afirmación de la vida en lxs otrxs, la solidaridad del pueblo, el dolor compartido, pero también el gozo. Su “isla desierta” imaginada yerma de cultura, de humanidad, un bien natural para explotar, donde plantar la bandera para el europeo, es en realidad una fuente donde se obstina la vida, una ecología que de algún modo se las arregla para seguir floreciendo, y donde la liberación es aún posible.
Si vemos a la isla de Cortázar como un mito de re-descubrimiento, quizás eso es lo que redescubre Viernes. Quizás también que nunca se había ido.
Quizás Robinson redescubre que no se puede regresar a donde unx nunca estuvo.
Director, miembro permanente de La Lengua
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