“Por un minuto… me pareció que yo no estaba acá… ni acá ni afuera… que estabas tu solo. O que yo no era yo. Que ahora yo… eras tú.” (Molina)
Frida Kahlo pintó Las dos Fridas durante un momento de dolor dentro de otro. A las vejaciones de su golpeada condición física se le sumaba la ruptura de su primer matrimonio con Diego. El cuadro es una suerte de espejo que muestra lo que vemos, y revela lo que no. Manuel Puig
escribió El beso de la mujer araña desde el dolor de el exilio. La obra también es un juego de espejos donde el mundo opresivo del penal y sus dos ocupantes, Molina y Valentín, nos es devuelto en el melancólico blanco y negro del cine noir en la imaginación de uno, y del sueño del otro por un mundo mejor.
Aunque este es un espejo roto, de deseos prohibidos en un país asfixiado por el hétero-
patriarcado militar, Manuel Puig parece decirnos que nunca saldremos del todo de ningún encierro sin la imaginación en el llavero. Que los sueños que liberan el espíritu al no poder, son también el germen de lo se puede. Puig nos recuerda, que, como en el cuadro de Frida, y como Molina y Valentín, estamos unides por lazos invisibles, y que la liberación política y la sexual o de género son profundamente la misma y jamás mutualmente excluyentes.
Quizás Molina y Valentín en realidad son “los dos Manueles” que se reconcilian. Quien desde su exilio político en México y su homosexualidad no solo marginada, sino también criminalizada, nos presenta al amor como política, y a la política, como amor. Por los dos se vive, y por los dos, se muere. Quizás ahora, cuando nos hace tanta falta, lo comprendemos mucho más.
Director, miembro permanente de La Lengua
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