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El rostro perdido de Juana Azurduy


EL 15 de julio del 2015 hubo una revolución simbólica en Argentina, justo detrás de la Casa Rosada (la casa de gobierno presidencial). El monumento de 26 metros de mármol de Carrara dedicado a Cristóbal Colón -que miraba hacia el Río de la Plata y había dominado el paisaje desde 1921- ahora era reemplazado por una estatua en honor a Juana Azurduy.

‘¡En honor a quién?!’. La indignación de los defensores de la colonización y del patriarcado no se hizo esperar. Especialmente porque la decisión había sido tomada por una mujer, la entonces presidente Cristina Fernandez, quien inauguró el monumento junto al presidente indígena de Bolivia, Evo Morales. La polémica no se hizo esperar, y fue cubierta por diversos medios de comunicación a nivel mundial.


Aunque no seamos totalmente conscientes, el sistema de castas impuesto por los colonizadores españoles sigue operando en nuestras mentes, prejuicios y lenguaje. Es un concepto según el cual el Imperio Español, durante la administración de sus posesiones de América, clasificaba a las personas por razas y cruces étnicos para organizar un sistema social estratificado. Robert Cope lo define como ‘un orden jerárquico de grupos raciales clasificados según la proporción de sangre española’.

En esa sociedad vivió Juana Azurduy (1780-1862). Aún así decidió dejar a un lado lo que la sociedad esperaba y pensaba de ella para salir a pelear por la independencia de su pueblo.

Sus victorias fueron también gracias a indígenas que lucharon junto a ella (mayormente mujeres), beneficiando así al proceso libertador de todas las naciones que terminaron luego surgiendo del entonces vetusto Virreinato del Río de la Plata.

Es sólo en años recientes que ha surgido un genuino interés en la obra e historia de Azurduy. Y ahora nos damos cuenta de lo injustamente que fue tratada en vida y póstumamente, enterrada bajo un anonimato histórico seguramente por ser mujer, con un rostro ausente (o con varias versiones incongruentes de él) entre los retratos de los próceres fundadores de la Patria Grande, seguramente por sus propios antepasados maternos indígenas.

Mujerxs latinxs con sangre indígena en las venas: para inspirarnos, celebrar lo poderosas que somos, y enorgullecernos de las grandes batallas que hemos peleado, no nos hace falta mirar a Juana de Arco . De este lado del Atlántico tenemos nuestra propia guerrera y Madre Fundadora. Nuestra propia Juana. Su rostro podrá ser lamentablemente un misterio sin respuesta, pero no su obra ni su nombre. Digamos nuestros nombres junto al de Juana Azurduy y contemos nuestras hazañas.

Virginia Blanco

Directora Artística


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